LOS JEFES/LOS CACHORROS - MARIO VARGAS LLOSA
Los jefes y Los cachorros sirvieron como antecedente, como precalentamiento para la construcción de las obras maestras de Vargas Llosa. Muchos de los elementos técnicos y narrativos que caracterizan la prosa del gran escritor peruano y aparecen en estas primeras piezas breves: el espacio exterior, por ejemplo, que tiende a ser reducido y opresivo, describe una universo carente de equilibrio o armonía que en demasiadas ocasiones conduce a la frustración. Ese espacio obliga a los personajes –adolescentes sobre todo– a ofrecer una máscara, fruto de la acomodación a las normas sociales, que impide la autenticidad. Sin embargo, en un nivel más íntimo, aflora la cara más sincera, la verdad de las existencias individuales, que choca con la otra superficie y crea una tensión insoportable. De este modo, tanto las pequeñas historias que aparecen en Los jefes como la novela corta Los cachorros nos introducen en el mundo sugestivo que Vargas Llosa ha sabido crear y desarrollar desde hace casi medio siglo y que lo ha colocado en la cima más alta de la literatura de nuestro tiempo.
Nacido en la ciudad peruana de Arequipa, en 1936, Mario Vargas Llosa no conoció a su padre hasta los diez años. Sus padres habían estado separados desde su nacimiento, y el episodio del reencuentro afectaría de forma definitiva el destino de este niño, que no quería cambiar los mimos de su madre por una férrea disciplina. Esta circunstancia le hizo descubrir pronto algo que él mismo suele considerar como segundo gran móvil de su existencia: el ansia de libertad. (Años más tarde reflejaría magistralmente esos conflictos en la novela que lo dio a conocer internacionalmente, La ciudad y los perros, con la que obtendría los premios Biblioteca Breve y de la Crítica, en España, durante 1963).
Si hay una cosa que define a Mario Vargas Llosa es su vocación de escritor, y la fidelidad que guardará a ese propósito a lo largo de toda su vida. Una vocación que, como confiesa en sus memorias El pez en el agua(1993), surgió casi como una rebelión contra la autoridad paterna, pero pronto se convirtió en la temprana certidumbre de que su destino iba a estar marcado por el rítmico tableteo de una máquina de escribir.
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